lunes, 25 de julio de 2011

LA DURA CARA DEL ASESINO

Existió una vez un hombre noruego, llamado con un nombre noruego así tal como Anders Behring Breivik. Por aquella fecha, a comienzos de la segunda década del siglo XXI, este ser humano extraño, raro, tenía 32 años. Fue triste protagonista, para vergüenza de sus congéneres, de la matanza o asesinato, que lo mismo duele, de más de 70 semejantes porque sí. Observando su foto en un periódico de la época, a la salida de lo que en ella se hacía llamar juzgado (es decir, un centro oficial donde unos funcionarios que se llamaban jueces que, pues eso, enjuiciaban y castigaban las conductas de los seres menos humanos), ofrecía la faz de un hombre de facciones correctas y mirada viva y cargada de expresividad inteligentes. Con su media sonrisa parecía dar a entender que se sentía liberado y, además, orgulloso de quitar un peso, de limpiar de algo muy sucio para la sociedad de aquella época. Afortunadamente, lo seres humanos que sobrevivimos al animalismo más salvaje de esas épocas pretéritas, aprendimos: a vivir sin normas impuestas; a vivir sin la insoportable, omnipotente, omnipresente y castradora opresión para la libertad individual de una antigualla llamada Estado; a que vivir no es morir en vida; a que la libertad es tan vital para le existencia del ser humano como el aire; a respetarnos, querernos y ayudarnos mutuamente para ser mejores cada día; a que la codicia, la injusticia, la desigualdad y la violencia no derivan, ni siquiera para su promotores, en la reafirmación de la naturaleza del ser humano; que en el ser humano es posible sólo la bondad, y que en lo más profundo del ser y sentirse humano anida y anidará siempre la utopía, se llame Anarquía, se llame Paraíso en la Tierra, se llame Libertad.

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